Entrevista a María Huertas Zarco
Durante el confinamiento derivado de la pandemia que vivimos todas y todos en 2020, se empezó a gestar el libro que más tarde recibiría el título de Nueve nombres. Sus páginas nos transportan a marzo de 1974, cuando más de doscientas mujeres fueron trasladadas del Manicomio de Jesús al Hospital Psiquiátrico de Bétera sin ningún tipo de explicación ni acompañamiento apropiado. Su autora, la psiquiatra María Huertas, recupera su memoria y dignifica sus historias. Hoy tenemos el placer de entrevistarla.
Fotografía de Eva Máñez publicada en Píkara Magazine.
Para aquellos que no te conozcan, vayamos al inicio de tu andadura académica y profesional. ¿Qué carrera estudiaste y qué proyectos vinieron inmediatamente después?
Estudié Medicina, que actualmente es una carrera ocupada mayoritariamente por mujeres, pero en mi época éramos muy pocas. No llegábamos al 10%.
¿Cuándo y cómo te diste cuenta de que querías especializarte en el ámbito de la salud mental?
Durante el proceso de estudios en la Universidad, fui dándome cuenta de que no me gustaba ninguna de las diferentes especialidades de Medicina, hasta el punto de que en tercero comencé a compatibilizarlos con los estudios de Filosofía. En los últimos años obtuve unas becas de intercambio que eran similares a los Erasmus de ahora: estuve en Italia y en Francia. Casualmente, las hice en hospitales psiquiátricos, dándome cuenta de que realmente la Psiquiatría era una opción más compleja y diversa, que incluía muchos espacios de reflexión y actuación: físico, psicológico, social, antropológico, histórico, etc.
Uno de tus proyectos más grandes ha sido tu libro Nueve nombres, ¿qué fue lo que te llevó a escribirlo?
En realidad, es un proyecto pequeño, y lo escribí porque tenía tiempo de hacerlo. El confinamiento en una aldea con nueve vecinos daba tiempo para leer, reflexionar y escribir. A posteriori pensé que influyó mi cercana jubilación, la necesidad de darle un final a mi larga y estupenda vida profesional (siempre me encantó mi trabajo), y el dar visibilidad a estas mujeres, que representan a las 200 que llegaron a nuestro servicio en esas fechas, y a los miles de mujeres que pasaron gran parte de su vida encerradas en manicomios, patronatos o cárceles, por el hecho de no cumplir con las expectativas o las funciones de su esperpéntico rol de género. Por transgredir la normativa social rígida que se les imponía.
Ha tenido que ser muy enriquecedor recoger el testimonio de todas estas mujeres, ¿pero hubo alguna historia más que te cautivara y no pudieras escribir?
Indudablemente fue muy enriquecedor. Tanto que esa etapa, de solo nueve años, ha marcado toda mi vida profesional. Fundamentalmente en la importancia y necesidad de una escucha empática, de la validación de lo que expresa cualquier persona que necesita apoyo o tratamiento de salud mental, de respeto al sufrimiento, necesidades, deseos e historia personal.
Pensaba que lo iba a leer gente de mi generación que vivió esa etapa de transformación de todos los espacios: sanitario, social, laboral, etc. La sorpresa ha sido que se hayan interesado por él gran cantidad de mujeres jóvenes y muy jóvenes. Digo mujeres porque estoy convencida, por las presentaciones, los artículos o los comentarios, de que la mayoría de las personas que lo han leído, comentado y recomendado han sido mujeres.
Centrándonos ahora en el ámbito de la psiquiatría, ¿piensas que se sigue discriminando a las mujeres desde el punto de vista psiquiátrico como se hacia antiguamente?
No de la misma manera. Cambian los tiempos y varían las estrategias, pero se siguen discriminando. Continúa existiendo un modelo androcéntrico, en que las diferencias físicas y emocionales de las mujeres se miden como excesos, defectos o enfermedades, respecto al patrón normativo que es el varón. Continúa también vigente (con diferentes características) un constructo de género, estereotipado e invalidante de las capacidades, actitudes y funciones que se le adjudican a las mujeres. Una norma que es sociocultural, pero a la que se da rango de “natural”.
Frente a esta situación de degradación, ¿cuántas personas más se unieron al movimiento feminista antipsiquiátrico? ¿Cuántos hombres participaron en un primer momento?
Hubo grupos con esta filosofía en todos los hospitales psiquiátricos del país, así como en la mayoría de países europeos. Pero siempre grupos minoritarios, a pesar de que en el resto de los hospitales, aunque no fueran tan radicales, hubo también transformaciones en el contexto y en el trato hacia una psiquiatría más humanista.
En el movimiento antipsiquiátrico, había hombres y mujeres. Los líderes, los conocidos, fueron siempre ellos: Basaglia, Gentis, Goofman, Guatari, Foucault… La mayoría, como se ve en las fotos de la época, éramos mujeres, por eso lo escribo en femenino.
¿Entiendes o compartes alguno de los movimientos reivindicativos que han surgido por la gestión de la salud mental en España? ¿Qué carencias deberían resolverse a corto plazo para acercarnos a un modelo de salud pública y universal digna?
En la actualidad, los movimientos reivindicativos son completamente necesarios. Los más interesantes, a mi parecer, son las asociaciones “en primera persona”, es decir, de personas que han tenido algún problema mental o que han pasado por recursos de asistencia psiquiátrica porque tienen la palabra más válida para decir qué es lo que les ocurre, cómo se sienten, cómo quieren que se les trate. Me imagino unos equipos de salud mental en los que las/los usuarios formen parte y tengan realmente un protagonismo decisivo.
Las carencias, que han existido siempre, en la actualidad son patentes: falta de recursos profesionales, unidades de crisis inadecuadas, abusos de medicación, utilización de antiguos medios como la contención y la terapia electroconvulsiva y, fundamentalmente, falta de escucha empática y de respeto a la palabra de las personas que acuden a las consultas de salud mental.
Y en relación con esto último, ¿cómo valoras el avance en cuestiones de salud mental hasta la fecha? ¿En qué aspectos podría mejorar la profesión? ¿Qué tipo de formación necesitarían los y las nuevas psiquiatras para atender a las mujeres como es debido?
Indudablemente, la situación ha cambiado sustancialmente en estos cuarenta años. Antes solo existía el manicomio que dependía de Beneficencia o Diputación. A partir de la Ley General de Sanidad de 1986, se crean equipos de salud mental comunitarios y recursos más adecuados, pero nunca han estado completos ni con los suficientes profesionales. La formación y la investigación en salud mental, como en el resto de la sanidad, depende actualmente de la industria farmacéutica, con las consecuencias que esto conlleva de medicalización abusiva y generalizada.
Sería necesaria una formación más humanista y centrada en las necesidades de las personas. Respecto a las mujeres, en las escuelas, en los institutos y en la universidad deberían impartirse de manera transversal conocimientos sobre su historia no contada, sobre sus necesidades, emociones y deseos tergiversados desde una visión patriarcal, sobre su malestar y bienestar. Sobre morbilidad diferencial y sesgos de género. Una formación desde una mirada feminista, que implica una visión que nos beneficie a todas y a todos, porque la perspectiva machista de entonces y de ahora solo produce poder de unos sobre otras, estigma, malestar y enfermedad mental.
Muchas gracias por compartir tu tiempo y tu conocimiento con nosotras.
Paula Jimeno (2º Bachillerato)
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