El eslabón perdido
Con la teoría de la evolución, Darwin explica que las especies cambian con el tiempo, impulsadas por un factor de supervivencia ligado a su entorno: aquel que mejor se adapte al medio sobrevivirá. Sin embargo, no todo descubrimiento científico supone necesariamente una mejora en la sociedad o en la propia ciencia, sobre todo cuando un continente entero padece a causa de esto. Ignaz Semmelweis, médico obstetra, nos demostró en su momento la importancia de la interpretación de los datos obtenidos de un estudio, gracias a su afán por saber qué ocurría en aquel hospital de Viena en la planta de maternidad. De él aún nos queda su errónea hipótesis derivada de un ambicioso estudio previo.
Algo parecido ocurre con el darwinismo, teoría que muchos decidieron confundir con una jerarquización humana donde toma las riendas como germen principal el neocolonialismo. Esta competición febril por ‘conquistar el mundo’, a la cual no le importó invadir y adueñarse de territorios ajenos y de toda su gente, mezclada con la egolatría hegemónica europea de los siglos XIX y XX, y acompañada con un toque de complejo de héroe salvador, dan como resultado el cóctel perfecto de racismo científico manifestado en la animalización de la comunidad racializada.
Alimentadas por una curiosidad morbosa y la mitificación de lo desconocido y nuevo, nacieron hace algo más de dos siglos las ‘exposiciones universales’. En estas exhibiciones se compartían los últimos avances tecnológicos y descubrimientos de la ciencia, pero lo que, sin duda, llama más la atención son los zoológicos humanos que, y parece irónico, deshumanizaban personas racializadas exponiéndolas al público para el mero entretenimiento de la población blanca. Hombres, mujeres y niños fueron, en esencia, secuestrados de sus tierras natales y trasladados a estos zoológicos en ciudades europeas, pretendiendo que actuaran con total normalidad para calmar el ansia del gentío por saber más sobre estas razas que consideraban inferiores evolutivamente. Sí, se llegó a clasificar a las razas y especies de mayor a menor grado de evolución. Tanto es así que Ernst Haeckel, reconocido naturalista, biólogo y filósofo del siglo XIX, publicó su teoría evolutiva de las razas, donde afirmaba a las personas negras como el paso intermedio entre los simios y el hombre blanco, el eslabón perdido de una cadena evolutiva.
Pero no es necesario remontarse a antaño, pues este tipo de violencia científica todavía trae sus restos hasta el presente. Este es el caso del “hombre bosquimano” -nombre neutro que se le quiso dar frente al peyorativo mote de “el negro de Banyoles”-, cuyo cuerpo embalsamado de varón bosquimano fue exhibido en el Museu Darder, en Banyoles, Girona, y que fue considerado un símbolo de esta localidad, casi un sello de identidad. Gracias a la protesta pública de un médico español de origen haitiano, en 1997 comenzó el traslado a su país natal; sin embargo, no fue hasta el año 2000 que pudo regresar a Botsuana, el que se consideraba su lugar de origen hasta que se descubrió su verdadera procedencia a cientos de kilómetros de este país.
Las palabras de Frank Westerman, escritor holandés que halló evidencias de este error, no pueden ser más claras: “que ahora sepamos que está enterrado en un lugar equivocado supone añadir el insulto a la injuria”. Una vez más, significa escupir sobre lo pisoteado, maltratar lo ya herido. Este tipo de historias, de las que podemos encontrar una lista interminable, son el instrumento perfecto para denunciar la disociación que se tiene en la actualidad sobre temas de discriminación científica o racismo, entre otras injusticicas sociales, las cuales creemos muy lejanas a nosotros pero que aún hoy nos salpican. El eslabón perdido puede que sea, después de todo, el eslabón que une nuestra conciencia actual con nuestro reciente pasado.
Samuel Fernández (2º Bachillerato)
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