UN TERRORISMO NO TAN SILENCIOSO

Me encanta salir a pasear de noche por las oscuras calles del centro de València, en especial cuando ha llovido recientemente y la tenue luz de las farolas alumbra los edificios y las aceras, creando un brillo que refleja tonalidades amarillentas y blanquecinas por el reflejo de la luna, y donde una atmósfera de humedad pulverizada forma un clima pacífico y relajado, solo interrumpido por las voces de la gente que, como tú, ha decidido salir a observar el espectáculo. 

Bueno, permitidme que me corrija, me encantaría poder caminar por las callejuelas vacías de mi ciudad sin ningún tipo de escolta ni de miedo, sin tener que compartir mi ubicación ni llamar a una amiga por precaución. Simplemente, salir sola. Salir con mis pensamientos y sin preocuparme de llegar a casa de una pieza. Pero no puedo, y no puedo porque precisamente esas voces que interrumpen mi calma son las de algún casposo que ha decidido que tiene el derecho de gritar la guarrada de turno: “¡Qué culo!”, “¡Ay, si tuviera veinte años menos!”, “¡Ponte a la sombra, bombón, que te derrites!”... Como si esas frases fueran a despertar en mí o en cualquier otra mujer algo más que rechazo, repulsión y miedo. 

Mientras camino de vuelta a casa a paso rápido y girando la cabeza cada pocos metros para comprobar que nadie me sigue (ya me ha pasado suficientes veces como para no obsesionarme), no puedo evitar pensar en todas aquellas mujeres que al llegar a casa no se encuentran con un sitio seguro donde sentirse a salvo, sino que al poner un pie en el que supuestamente debería ser su hogar, se encuentran con más gritos, más intimidaciones y más miedo. 

Sin embargo, aún a día de hoy son muchos los que aseguran que son pocas las mujeres que viven en esta situación, que somos unas histéricas y unas exageradas, y que la violencia de género es un mito que nos hemos inventado las “feminazis” para fomentar el odio hacia los hombres. No obstante, las estadísticas no mienten: 1131 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas desde enero de 2003 en España, 87 307 llamadas fueron realizadas al 016 en 2021 y 121 000 denuncias por violencia de género fueron cursadas a lo largo de ese mismo año, según los datos aportados por el Ministerio de Igualdad. 




El machismo, el terrorismo no tan silencioso que ha acabado con la vida de miles de mujeres alrededor del mundo y que todavía hoy infunde un miedo atroz y paralizante en la mitad de la población, es muchas veces tratado como un mal menor, como un daño colateral o incluso como un producto de la imaginación de las propias mujeres. Y es que a muchas personas no les conviene aceptar la existencia de la violencia de género o del machismo porque eso supondría bajarse de su pedestal de privilegios y renunciar a ellos, realizando una profunda introspección y autocrítica y dejando así de lado muchos hábitos y costumbres machistas y retrógradas que no están dispuestos a abandonar. 

Porque en el fondo, todos los negacionistas del patriarcado que se intentan hacer pasar por ciegos incapaces de ver la realidad que tienen delante de sus narices son los mismos que le gritan a adolescentes por la calle porque les parece divertido incomodar a las mujeres, o aquellos que nos juzgan con base en nuestros cuerpos mientras nos llaman “zorras” y se ríen de chistes que perpetúan esos valores machistas que tanto se empeñan en desmentir. Y todo esto lo hacen porque no nos respetan de la misma manera que se respetan entre sí, porque no nos consideran iguales. 

Y si no nos respetan, si no nos tienen en cuenta, nunca intentarán ponerse en la piel de esas mujeres que se enfrentan a un verdadero infierno todos los días de su vida. Y por esto es tan importante la celebración de días como el 8M, porque aporta un rayo de esperanza a esa noche oscura y espeluznante en la que muchas mujeres creen estar atrapadas.

                                                                                                                               
                                                                                                                  Clara Chiner (2º Bach. B)

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