Alcemos la voz
Desde que los nacidos en la década del 2000 disponemos de uso de razón, se nos ha estado repitiendo constantemente lo afortunados que somos de pertenecer a una generación que, si por algo destaca, es por sus grandes privilegios y comodidades. Aparentemente, no solo disponemos de todas las necesidades básicas cubiertas, sino que también gozamos de diversos lujos como, por ejemplo, tener multitud de opciones en las que invertir nuestro tiempo libre, libertad de hacer lo que nos dé la real gana, acceso a una educación gratuita y universal, incorporación al mundo laboral a una edad adecuada, etc. En definitiva, tenemos muchísima suerte si nos comparamos con las generaciones nacidas durante la segunda mitad del siglo XX, como lo es la de nuestros abuelos.
Pero ¿qué hay de los inconvenientes y obstáculos a los que debemos hacer frente? Para la sociedad, estos parecen ser los “grandes olvidados”. Repetir incansablemente las ventajas de la juventud está consiguiendo de algún modo eclipsar las dificultades que nos depara el futuro contra las que el conjunto de la sociedad, ciudadanía e instituciones, debería luchar férreamente. Por no hablar de la valoración negativa que al cabo de los últimos años se está haciendo de la juventud. Valoraciones basadas en unos prejuicios, que a mi parecer, no se pueden aplicar como un rasgo general de un colectivo caracterizado precisamente por su diversidad.
Para empezar, es fundamental que los propios jóvenes seamos conscientes y consecuentes con la cruda realidad que debemos afrontar. Es de vital importancia que no creamos que nuestra generación lo tiene todo resuelto, debemos salir de la burbuja en la que muchos nos hemos educado y afrontar la verdadera existencia de un modo autónomo y sensato. Porque si un joven precario y sin estudios cree que en un futuro alcanzará un empleo y una solvencia económica digna sin grandes esfuerzos está muy equivocado. Simplemente pasará de ser un joven precario a un adulto precario, como señaló el escritor Isaac Rosa. Olvidemos las historias maravillosas de superación de las novelas y el cine, la vida real es otra cosa. Tenemos que hacer frente a una precariedad laboral casi segura, a tasas de desempleo desesperanzadoras por la casi imposibilidad de poder llegar a tener un trabajo estable, a una disminución considerable de los salarios, a grandes trabas para poder adquirir una vivienda o a apuros para llegar a fin de mes. Sin embargo, resulta tranquilizador pero a la vez alarmante que, según un informe del Observatorio Catalán de la Juventud (OCJ), se demuestre que los menores de 35 años son el colectivo más preocupado por su futuro, de los cuales un 50% sufre por su porvenir laboral y padece problemas para conciliar el sueño.
Separadamente de la actitud de los jóvenes, hay que tener muy en cuenta y conocer qué se está haciendo por tratar de mejorar la situación de la juventud. Las medidas para ayudar y eliminar los obstáculos de los jóvenes deben ser asumidas por parte de los organismos e instituciones tanto públicas como privadas. Para que los planes de ayuda a las nuevas generaciones sean efectivos es necesario un acuerdo unánime del sector público y privado. Es destacable que el Gobierno de España haya aprobado en mayo de este mismo año, con un consenso del Consejo de Ministros, el Plan de Garantía Juvenil 2021-2027, dotado con cuantiosas ayudas para favorecer el empleo juvenil así como para mejorar las competencias de los jóvenes para acceder al mercado laboral. Como bien ha indicado la Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, “no puede haber un país sin jóvenes. Perderse el talento de la gente joven hoy en España, sin duda, es un error". Sin embargo, no se puede dejar pasar que bajo la excusa de la crisis y la austeridad se deroguen leyes o se reduzcan ayudas para la juventud, como sucedió en nuestro país en 2014 con la supresión del Consejo de la Juventud de España. Muchos dirigentes, antes que solucionar un problema, prefieren callar la voz demandante y ahorrar tiempo y esfuerzo. Ante estas actitudes pasivas, los jóvenes no podemos permanecer callados e indiferentes, como por desgracia, muchos hacen.
Porque de continuar con esta dejadez a la hora de mejorar nuestra situación en un futuro, no podremos poner remedio de ningún modo a los datos escandalosos que nos deja la Oficina Europea de Estadística (Eurostat). Los jóvenes españoles abandonan el domicilio familiar y se emancipan, de media, con 29 años, superando la media de Europa. Que una persona no pueda alcanzar una independencia económica holgada hasta los 30 años, incluso después de haberse incorporado con bastante anterioridad al mercado laboral, deja ver las carencias de las ayudas y las legislaciones que existen para la juventud hoy en día. Muchos de nosotros estamos condenados a pedir dinero y depender de nuestros padres o tutores. Y lo peor de todo es que muchas de las personas que necesitarán el sustento de sus familias para cubrir sus necesidades básicas (hasta una bien entrada edad), serán personas con una preparación, unos estudios, un carácter y una formación más que competente para poder trabajar en la especialidad que cada uno escoja.
Con base en mi experiencia personal, cada vez puedo ver con más claridad la necesidad de que los jóvenes afrontemos lo que se nos viene encima lo antes posible, con valentía, seguridad y esfuerzo. Los años pasan sin apenas darnos cuenta, y a la hora en que somos conscientes de ello, estamos frente a una realidad que muchos no sabemos o no podemos gestionar. Debemos hacernos oír, no podemos permanecer conformes con el porvenir negro que todos los datos vaticinan. Dejemos de ser invisibles.
Marcos Ezpeleta (2º Bach. B)
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